domingo, 22 de junio de 2008

CESAR VALLEJO SEGUN RODOLFO ALONSO


En la edición de hoy del diario mexicano La Jornada se puede leer un artículo, elaborado por el poeta y ensayista argentino Rodolfo Alonso, en la que se revela una profunda admiración por Cesar Vallejo, tanto es así, que percibe a Vallejo como el más grande poeta de la lengua castellana, y hasta quizás del siglo XX.

En Parte de de ella se puede leer:
Como él mismo lo dijo, por anticipado, en un poema tan legítimamente memorable como visionario: “Piedra negra sobre una piedra blanca”, falleció en París, pero sin aguacero, y no un jueves, sino un Viernes Santo. A las 9:20 horas del 15 de abril de 2008 se cumplieron setenta años de su muerte. Y, sin embargo, cuánta vida nos ha seguido dando. Mi descubrimiento personal, hondo e íntimo, de César Vallejo (1892-1938), fue para mí un acontecimiento extraordinario. No sólo porque me ocurrió en plena adolescencia –alrededor de los quince años–, sino también porque, no disponiendo en aquel entonces de ningún antecedente intelectual, literario o académico de ningún tipo, mi primera percepción de su enorme, profundísima poesía fue absolutamente inocente, sin posibilidad concreta de prevención o preconcepto alguno. Y también aislada, individual, como lo son todos los grandes descubrimientos primigenios.
¿De dónde sale sino la “Dulce hebrea” de Los heraldos negros (1918) a la cual se le pide “Desclávame mis clavos oh nueva madre mía!”; de dónde la amada que se ha “crucificado sobre los dos maderos curvados de mi beso”? ¿O, incluso, “un viernesanto más dulce que ese beso”? Por supuesto que del lenguaje. (Pero no sólo del lenguaje.) De donde surgió también ese magnífico Trilce que, desde Trujillo, en 1922, agota de antemano muchas de las futuras experiencias de las vanguardias europeas. O aquel que a mí me parece el libro más hondo y tocante –y logrado– que haya producido la Guerra civil: España, aparta de mí este cáliz, mucho más que póstumo, y no por casualidad escrito por un hijo de América (“¡Niños del mundo, está la madre España con su vientre a cuestas!”) Y alrededor del cual la misma agonía del poeta, casi encarnada en la lumbre del mito, vueltos uno solo, destino personal y momento histórico, se vuelve asimismo luminosa evidencia, verbo vivo. (Según otro poeta, su amigo Juan Larrea, las últimas palabras de Vallejo fueron: “Me voy a España.” Refiriéndose, por supuesto, a la España republicana, que estaba desangrándose también –al mismo tiempo– en su “agonía mundial”. En la Clínica Arago, donde falleció, los médicos no atinaban a explicar la verdadera causa de su muerte. Pero al año siguiente, 1939, al editarse por fin sus indelebles Poemas humanos, escritos probablemente entre 1930 y 1937, pudieron conocerse estas otras palabras tan suyas, no sólo premonitorias: “En suma, no poseo para expresar mi vida sino mi muerte.”
La de César Vallejo no es una voz unánime, sino prójima, íntimamente próxima. (Qué otro, si no un gran poeta como él, podía habernos dejado por ejemplo esa sucinta clase –magistral–de economía política: “La cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre.”)

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