lunes, 22 de septiembre de 2008

MICHAEL HUDSON SOSTIENE QUE PARA SALVAR LA ECONOMIA HAY QUE SACRIFICAR EL IMPERIO

Michael Hudson es un connotado economista norteamericano que desde hace un tiempo también venia advirtiendo de la posible debacle financiera de su país y hoy como varios que advertían ya los problemas cobra vigencia aquí algunas de sus opiniones al respecto.

Para principiantes: el problema actual de la deuda no es marginal, sino que ha llegado a ser estructural; y los problemas estructurales no pueden resolverse con paliativas meramente marginales. Lo que Alan Greenspan llamó ''creación de riqueza'' se reveló como una mera inflación de precios de los activos: una puja al alza, fundada en el crédito, de los precios inmobiliarios y de los mercados de valores.
La Economía de la Burbuja lastró con deudas a los hogares, a los bienes raíces y las empresas, mientras que los recortes fiscales de Bush a los segmentos fiscales más altos obligó a los presupuestos federales, estatales y locales a un endeudamiento de mucho mayor calado.Esta política pudo mantenerse mientras los precios de las propiedades hinchados por la deuda crecían a una tasa más rápida que la tasa de interés que tenía que pagarse. Pero el pago de intereses y las cargas de amortización desviaban el gasto de los consumidores y de las empresas fuera del consumo y de la producción.Eso es lo que significa ''deflación por deuda''. Los sectores financiero e inmobiliario recibían un dinero que antes se gastaba en bienes y servicios. El servicio de la deuda no puede gastarse en bienes de consumo (por parte de los propietarios de vivienda) o en inversión de capital (por parte de empresas con deuda apalancada). El efecto es la ralentización de las ventas y del ingreso empresarial, y por consecuencia, del alquiler comercial y del mercado de bienes raíces.
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En un reciente artículo, de apenas hace unas horas, sostiene lo siguiente:
“Anteanoche, el Tesoro de los EEUU y la Reserva Federal cambiaron radicalmente el carácter del capitalismo norteamericano. Se trata, ni más ni menos, que de un coup d’êtat a favor de la clase que Franklin Delano Roosevelt llamaba los “báncgsters”. Lo que ha pasado en las dos últimas semanas amenaza con alterar el curso del siglo que ahora rompe, y de alterarlo de manera irreversible si se salen con la suya. Pues de lo que se trata es de la mayor y más inequitativa transferencia de riqueza desde que se regalaron tierras a los barones de los ferrocarriles en la era de la Guerra Civil”
Nadie esperaba que el capitalismo industrial terminara de este modo. Es más, nadie se percató siquiera de que evolucionaba en esa dirección. Mucho me temo que esa ceguera no es inusual entre los futurólogos: la tendencia natural es pensar sobre la forma óptima de crecimiento y desarrollo de las economías. Pero siempre parece surgir un camino imprevisto, y entonces la sociedad se va por una tangente.
¡Qué dos semanas! El domingo 7 de septiembre el Tesoro tomó el control de los 5,3 billones de dólares expuestos a riesgo hipotecario de las compañías Fannie Mae y Freddie Mac, cuyos jefes habían sido ya destituidos por fraude contable. El lunes 15 de septiembre Lehman Brothers se declaró en bancarrota cuando posibles compradores de Wall Street no consiguieron hallar rastro alguno de realidad en su contabilidad financiera. El miércoles, la Reserva federal accedió a dar por buenas, a un coste de por lo menos 85 mil millones de dólares, las ganancias “aseguradas” que la AIG debía a los tahúres financieros que, a través del comercio de valores computerizado, apostaron por las hipotecas basura y contrataron seguros de cobertura con este grupo asegurador, el American International Group (cuyo jefe, Maurice Greenberg, ya había sido destituido hace unos pocos años por fraude contable). Pero es el viernes 19 de septiembre el que figurará en la historia de los EEUU como el momento de inflexión. La Casa Blanca comprometió al menos medio billón de dólares más en el empeño de reinflar los precios inmobiliarios a fin de sostener el valor de mercado de las hipotecas basura (que son hipotecas contratadas sin tener en cuenta la capacidad de los deudores para pagar y que, encima, sobrestiman el precio corriente de mercado del colateral que se ofrece como garantía de la deuda).
Una clase cleptocrática ha tomado el control de la economía, a fin de reemplazar el capitalismo industrial. El término acuñado en su día por Roosevelt –“báncgters”— lo dice todo en una palabra. La economía ha sido asaltada y capturada por una potencia foránea. No por los sospechosos habituales: no por el socialismo, no por los trabajadores, no por el “Estado sobredimensionado”, no por los monopolistas industriales; ni siquiera por las grandes familias de banqueros. Desde luego, no por la francmasonería o por los illuminati. (Sería maravilloso que de verdad existiera algún grupo que hubiera estado actuando en la sombra, con siglos de sabiduría acumulada: así, al menos, alguien tendría un plan.) Lo que ha ocurrido es que los báncgsters se han aliado con una potencia foránea: no con los comunistas, no con los rusos, los asiáticos o los árabes; ni siquiera son humanos. El grupo en cuestión es un vástago de las máquinas. Puede sonar a película de Terminator, pero lo cierto es que las máquinas computerizadas han llegado a hacerse con el control del mundo, o al menos, del mundo de la Casa Blanca.

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